- Nani, Giovanni (Author)
- 186 Pages - 10/03/2017 (Publication Date) - Createspace Independent Publishing Platform (Publisher)
Desde Mariana Pineda a Teresa Claramunt y Carmen de Burgos, entre el puñado de las mujeres más decisivas en la historia del feminismo en España, la mayoría eran masonas. En la masonería veían la redención frente al sometimiento de su sexo. Luego, feminismo y masonería se toparon con la represión de Franco, que al parecer también quiso ser masón; los militares no le dejaron y él cocinó la venganza. La historia está llena de recovecos invisibles, esquinas a menudo olvidadas y que podrían haber hecho cambiar el curso de los acontecimientos. Este artículo está lleno de progresismo, feminismo… y masonería.
Aunque aparecida a finales del siglo XVII / principios del XVIII, la francmasonería o masonería es bastante desconocida para la mayoría, siempre envuelta entre lo místico, lo espiritual, lo esotérico, lo filosófico, lo misterioso. Oscurantismo que tiene que ver con el hermetismo de sus prácticas y rituales, pero también con el acoso y persecución sufrida durante el franquismo que todavía deja huella. Para los más profanos, cogemos estas líneas de la Orden Masónica Internacional de Ecuador sobre los principios masones: “La Masonería no es una religión, ni una secta, pues no tiene dogmas, carece de cuerpo doctrinal al cual se llegue a través de la fe. La Masonería respeta todas las creencias, y, en caso de la Liberal, la ausencia de esas creencias, siempre que el masón acepte el compromiso de conocerse a sí mismo, desarrollar sus posibilidades en todos los sentidos y en la forma que desee, y volcar ese conocimiento y esa mejora en beneficio del Universo, del cual la Humanidad es parte sustancial. La Masonería tiene tres únicos principios: Libertad, Igualdad y Fraternidad. La forma concreta de entender y aplicar esos principios no está marcada, y cada masón debe buscarla y realizarla personalmente. Esta exigencia no es puesta en práctica mediante un examen o confesión de un masón a otros, sino que se lleva adelante en la conciencia de cada uno”.
Aunque fueron las organizaciones obreras las más castigadas por la represión franquista, la masonería también la sufrió desde el inicio de la guerra, en la zona ocupada por los golpistas, y posteriormente con leyes como Ley de Responsabilidades Políticas de 9 de febrero de 1939, donde se declara fuera de la ley todas las logias masónicas, además de los partidos políticos y sindicatos del Frente Popular, o la del 1 de marzo de 1940, cuando echó a andar la Ley para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Los masones tuvieron un papel cardinal en la II República; no debe extrañar por tanto la represión, aunque al final mencionaremos algún otro motivo a añadir. Sirva de ejemplo que en el primer gobierno provisional republicano de un total de 11 ministros, ocho eran masones: Alejandro Lerroux, Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Santiago Casares Quiroga, Marcelino Domingo, Francisco Largo Caballero, Luis Nicolau d’Olwer y Diego Martínez Barrio.
Como ocurre en la mayoría de los relatos históricos, ellas suelen ser las grandes ausentes, obviándose a un buen número de masonas que han tenido un papel sustancial en la historia de nuestro país, en muchas ocasiones pioneras en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Aunque es conocida la prohibición de que las mujeres formaran parte de las logias, ya que a las mismas solo podrían pertenecer personas libres, y las mujeres en el siglo XVIII no lo eran al depender jurídicamente del varón, en 1774 en la Logia Gran Oriente de Francia eran admitidas bajo el rito de Adopción. En nuestro país la presencia de mujeres en logias mixtas tiene lugar en la segunda mitad del siglo XIX; hay que tener en cuenta que, como nuestro Código Civil las mantenía bajo tutela del varón, la manera de participar de las mismas fue un debate permanente en aquellos años.
La bandera de Mariana Pineda
Según relata Ana Muiña en Mujeres Periféricas, “la masonería será la redentora de nuestro sexo, afirmaban las masonas más jóvenes”. Recordemos a algunas de esas precursoras de la igualdad entre sexos. Una de las primeras, y de las más perseverantes, fue Mariana Pineda. Luchó contra el absolutismo de Fernando VII con múltiples acciones, incluyendo el apoyo directo a presos políticos opositores, participando en la planificación de la fuga de algunos de ellos. También se relacionó con los primeros círculos anarquistas, en concreto con el de los exiliados en Gibraltar. Condenada a morir mediante garrote vil (1831) al encontrarse en su casa una bandera que incluía la famosa divisa masónica en forma de triángulo con el lema de libertad, igualdad y ley, acusándola de que la enseña iba a presidir un levantamiento revolucionario. Federico García Lorca la inmortalizó en una de sus obras de juventud, estrenada en el Teatro Goya de Barcelona con Margarita Xirgu en el papel protagonista y escenografías diseñadas por Salvador Dalí.
Rosario de Acuña y las universitarias
A finales del siglo XIX, la Cámara de Adopción de la Constante Alona de Alicante contaba con un nutrido número de integrantes, una de ellas era Rosario de Acuña. La periodista, escritora y vanguardista madrileña dejó impronta su forma de pensar en múltiples medios, destacando sus escritos en Las Dominicales del Libre Pensamiento, la revista modernista, anticlerical y republicana que se editaba en la madrileña calle Madera. Con 25 años estrenó su primera pieza teatral en el Teatro Circo madrileño, siendo la primera en ocupar la cátedra del Ateneo madrileño, desde donde leyó sus poemas el 18 de abril de 1884. Macrino Fernández Riera comenta en la página dedicada a ella: “Todo apunta a que fuera la decidida defensa que había emprendido en pos de la emancipación de la mujer lo que, a la postre, condujo a que, unos meses después, tuviera lugar la ceremonia de iniciación en la masonería de la escritora en el seno de la Constante Alona”.
En noviembre de 1911 publica un artículo, La jarca de la universidad, donde denuncia los insultos que habían recibido algunas de las primeras universitarias por parte de sus compañeros varones. “Nuestra juventud masculina no tiene nada de macho. Como la mayoría son engendros de un par de sayas (la de la mujer y la del cura o el fraile) y de unos solos calzones (los del marido o querido)” escribió. Los presuntos aludidos, ofendidos, en compañía de profesores y amigos forzaron el cierre de las aulas de la universidad madrileña. El ministro de Instrucción Pública se movilizó para que se presentara una querella contra ella forzando su exilio a Portugal; posteriormente el Conde de Romanones, presidente del Gobierno en 1913, medió para que fuera indultada.
Otro de los medios donde publicaba era La Luz del Porvenir. De la mujer para la mujer, cuyos principios eran la defensa de los derechos de la mujer y el laicismo. Fundado en 1879 era dirigido por una de las más destacadas impulsoras en España del movimiento espiritista, la escritora andaluza Amalia Domingo Soler (1835-1909), que en compañía de Ángeles López de Ayala y de Teresa Claramunt pusieron en marcha la Sociedad Autónoma de las Mujeres (1889), la primera organización feminista creada en nuestro país con clara influencia de las ideas anarquistas.
Teresa Claramunt en defensa de las obreras
Claramunt nació en Sabadell (1862) en el seno de una familia obrera que como tantas otras, se vio obligada a emigrar por los vaivenes de la industria, para salir adelante. En la localidad oscense de Barbastro empezó a trabajar a los diez años. Aunque se vio obligada a abandonar la escuela, pudo comprobar, como comentaría más adelante, la discriminación que sufrían las niñas a las que privaban de estudiar asignaturas destinadas al mundo del trabajo, cosa que no ocurría con sus compañeros chicos. Que las trabajadoras casadas tampoco pudieran disponer del dinero conseguido por su trabajo, al ser los maridos los que legalmente deberían administrarlo, más las represalias que recibían las que quedaban embarazadas, fue creando en ella una conciencia de clase y de género de manera simultánea. En 1883, en la misma Sabadell, se produjo La huelga de las siete semanas, en la que se movilizaron unos 12.000 trabajadores y trabajadoras de la industria textil y que concluyó con un absoluto fracaso y múltiples despidos, entre ellos el de Teresa. Aquel descalabro incrementó su activismo; se convirtió en una de las mayores movilizadoras por la jornada de 8 horas, defendiendo con especial firmeza las condiciones laborales de las trabajadoras. Fundadora de la Sección Varia de Trabajadores Anarco-colectivistas de Sabadell, formó parte de la Logia Constancia junto a sus compañeras Ángeles López de Ayala y Amalia Domingo. Falleció el 11 de abril de 1931; fue enterrada el mismo día en que se proclamaba la II República.
Hildegart Rodríguez y Carmen de Burgos
A la Logia de Adopción del Amor pertenecían dos de las feministas más reconocidas: Carmen de Burgos, notable escritora, primera periodista y corresponsal de guerra española, y la niña prodigio Hildegart Rodríguez (1914-1933), que en su corta vida publicó 15 libros y concluyó tres carreras universitarias. Militante socialista, acabó también en las filas del anarquismo; su vida fue llevada al cine por Fernando Fernán-Gómez, beligerante activista de la revolución sexual, del feminismo y del movimiento obrero.
Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán, Clara Campoamor, Consuelo Bergés, Victoria Kent o Margarita Nelken fueran otras masonas muy conocidas que estuvieron en primera fila en la igualdad entre los sexos. El pasado martes, Público TV (3) hacía un reportaje sobre Las mujeres más influyentes de la historia del feminismo en España: de las cinco mencionadas, cuatro eran masonas.
La venganza de Franco
La masonería era un peligro para Franco; por eso fue determinante en su persecución. En las Cortes Constituyentes republicanas, del total de 458 diputados, 183 eran masones. Persecución agravada por el rencor, ya que parece que el dictador pidió por lo menos en dos ocasiones ingresar en la sociedad secreta. La primera vez en la Logia Lukus de Larache, formada por civiles y militares, y supuestamente estos se negaron, ya que Franco aceptó el ascenso a teniente coronel cuando los militares se habían comprometido a no aceptar ascenso por méritos de guerra. La segunda, en la madrileña Plus Ultra, por recomendación del que fuera ministro Santiago Casares Quiroga (según Javier Domínguez Arribas en El enemigo judeo-masónico en la propaganda franquista (1936-1945), Ed. Marcial Pons), con el mismo resultado, negativa de los militares, entre los que se encontraba su hermano Ramón.
Lo que sí parece comprobado es que su visceral animadversión le llevó a escribir una serie de artículos, entre 1946 y 1951, en el diario falangista Arriba con el seudónimo de Jakin Boor, proveniente de dos palabras, Jakhin y Boaz, las dos columnas simbólicas presentes en los templos masónicos, luego editados en el libro Masonería. Pasado el tiempo, habría que preguntarse: ¿qué hubiera pasado si hubiera sido admitido? ¿La historia de España habría sido diferente?
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