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EL LIBERTADOR – Diario de todos

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Masonería

#LIBERTADOR #Diario #todos

Por Centro de Estudios “Juan Domingo Perón” (*)

Con la complicidad de la jerarquía de la Iglesia Católica y de la partidocracia liberal de la época liderada por la UCR, la Marina -ideológicamente identificada con el liberalismo y la masonería pro-británica- y sectores del Ejército, ideológicamente identificado con el nacionalismo católico y con el liberalismo pro oligárquico- se convirtieron en los actores fundamentales de un acto criminal, cuyo cobarde vandalismo no reconoce antecedentes en los anales de la historia patria: el bombardeo a “cielo abierto” del 16 de junio de 1955 en la ciudad de Buenos Aires, con el trágico saldo de más de 300 muertos y miles de heridos, incluyendo en ese luctuoso saldo mujeres y niños en estado de total y absoluta indefensión.

El objetivo consabido del bombardeo y ametrallamiento a Plaza de Mayo -parte de una cruzada sediciosa contra el régimen peronista, cuyo origen fue el frustrado intento golpista de setiembre de 1951-, tuvo por objetivo -tal como ocurriría años después con el bombardeo al Palacio de la Moneda en Chile- asesinar al general Perón y naturalmente derrotar a su gobierno e instituir en el poder político a una dictadura cívico-militar, tal como ocurriría meses después el 16 de setiembre de 1955.

Lo que nos enseña la historia para la memoria de los argentinos de nuestros días es que la confrontación del Peronismo con la jerarquía católica de aquellos años, no fue provocada por el general Perón sino por la intolerancia de esa jerarquía que, hábilmente manipulada por la reacción oligárquica, se negó a aceptar el derecho inalienable del Estado a definir su política económica, social y cultural, prerrogativa de la cual no escapaba ni escapa la religión, en una sociedad signada por la pluralidad de corrientes inmigratorias, todas ellas respetadas por el peronismo. La eliminación de la obligatoriedad de la enseñanza religiosa en las escuelas, la institución del derecho al divorcio vincular, la eliminación de la categoría de hijos legítimos e ilegítimos (la que condenaba al ostracismo a los hijos adulterinos, sacrílegos e incestuosos) y el rechazo oficial de eliminar de la Constitución Nacional la institución del patronato en oportunidad de la Convención Constituyente de 1949, provocaron la airada reacción de la jerarquía eclesiástica que, no solo tomó posición política adversa al peronismo desde los púlpitos, sino que llegó al extremo inverosímil de convertir a la procesión de Corpus Christi del 11 de junio de 1955 en una manifestación política golpista, en la cual se mezclaron radicales, socialistas, comunistas y conservadores, ateos y creyentes, comandos civiles y militares, motivados todos por un solo objetivo: exacerbar las condiciones subjetivas para derrocar al régimen peronista, y restablecer los privilegios de la oligarquía y de su socio secular: el imperialismo. Mientras de los púlpitos la curia jerárquica blandía el parche conspirativo del peronismo ateo y contrario a la fe católica, toda la partidocracia liberal -condenada al ostracismo político por el voto mayoritario de la masa peronista- hacía público su patrioterismo colonizante denunciando la supuesta entrega del patrimonio a la California Co. Oil, ocultando que solo existía un pre-contrato y que en el Congreso se debatía desde hacía un año un proyecto de ley, cuyas reformas ya hacían inviable la posibilidad de su aprobación, y que de concretarse, YPF sería la única destinataria de la totalidad del crudo de resultar exitosa la explotación.

Producido el conato de violencia con el saldo luctuoso de tantas vidas humanas, el general Perón llamó a la pacificación y tendió su mano conciliadora a los golpistas, con estas palabras: “Pido que me escuchen. Nosotros como pueblo civilizado, no podemos tomar medidas que sean aconsejadas por la pasión, sino por la reflexión… No nos perdonaríamos nosotros que a la infamia de nuestros enemigos le agregáramos nuestra propia infamia. Nuestros enemigos, cobardes y traidores, merecen nuestro desprecio, pero también nuestro perdón… Habrá memoria en la República del castigo que habrán de recibir” (Juna Domingo Perón, junio de 1955). Lejos de obtener la respuesta conciliadora y humana que era de esperar, en medio de tanta angustia y dolor de nuestro pueblo, esa oposición y su creciente accionar conspirativo demostraría que su objetivo estaba sellado y sin retorno: derrocar al general Perón y terminar con el Peronismo. Esa es la razón del por qué, dos meses después, el 31 de agosto de 1955 y ante la violencia “gorilizada” de la oposición, el general Perón ante una multitud convocada por la CGT en Plaza de Mayo, pronunció aquella célebre sentencia del “cinco por uno”: “Hemos vivido dos meses en una tregua que ellos rompieron con actos de violencia. Ello demuestra su voluntad criminal… Por eso contesto a esta presencia popular con las mismas palabras del 45: a la violencia le hemos de contestar con una violencia mayor…. y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos…. Que sepan que hemos de defender los derechos y las conquistas del pueblo argentino… O luchamos y vencemos para consolidar las conquistas alcanzadas o la oligarquía las va a destrozar al final” (discurso del general Perón del 31 de agosto de 1955 ante una concentración popular, previa declaración de un paro general de la CGT).

Año después, Raúl Scalabrini Ortiz -un intelectual de los nuestros que no puede ser sospechado de macartismo- haría suyo en su libro Bases para la reconstrucción nacional, las apreciaciones de Jesús Suevos, un brillante periodista español que así describiría el drama de la sociedad argentina de aquellos días: “La conjuración antiperonista y sus repercusiones publicitarias en Europa, ha sido uno de los fenómenos reaccionarios más aleccionadores de cuanto ha ocurrido en el mundo en los últimos años”. Con el consabido pretexto de “defender la libertad escarnecida”, luchar contra la “corrupción y el despotismo” y los demás habituales tópicos -que ya sirvieron al aristocrático y millonario Bruto para asesinar al popular y democrático Cesar- se confabularon en alegre contubernio la masonería, la plutocracia materialista y el esnobismo oligárquico, la Democracia Cristiana y el profesionalismo politiquero, es decir toda la podredumbre resultante de la descomposición del liberalismo clásico. Perón podrá haber sido el más torpe o disparatado de los políticos, pero aun así, sería difícil no preferirlo a quienes lo combatieron. Porque estos son, sencillamente, un pasado caduco y detestable, un concepto del mundo y de la vida que es la caricatura, por no decir la burla, del viejo mundo cristiano” (Raúl Scalabrini Ortiz, Bases para la reconstrucción nacional, páginas 430/431. Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1965).

Enfrentado con la oligarquía y con la jerarquía eclesiástica, sin el apoyo de la Marina y con la conspiración de un sector del Ejército, abandonado por la mayor parte de la clase media (genuflexa y vacilante como en otros momentos de la historia), el general Perón -con el único apoyo del pueblo y de la clase trabajadora- terminaría su ciclo histórico con el triste final de setiembre de 1955. El inicio de una nueva etapa de casi dos décadas signadas por la proscripción política, el fraude y la corrupción y un remedo grosero de democracia, en la cual el gran ausente sería el pueblo que hizo posible el 17 de octubre de 1945.

Tuvo que trascurrir más de una década, para que la Iglesia Católica a través de su encíclica Populorum Progressio y de los documentos de las conferencias episcopales de Medellín y de Puebla, hiciera suyo el clamor de los pueblos de nuestra América Latina, sumergidos en la explotación y la miseria por la dependencia y la injusticia social, y para que tuviera el feliz testimonio del compromiso existencial de sacerdotes como el obispo Helder Cámara y el teólogo Leonardo Boff (Brasil), el cardenal Silva Henriquez (Chile), y entre nosotros: Mugica, Angelelli, De Nevares, Devoto y tantos otros que supieron honrar con su conducta la fe en el Evangelio y en el cristianismo, aquel predicado por el Cristo revolucionario que supo conmover los cimientos del decadente imperio romano.

(*) Norberto S Soto, abogado laboralista, miembro titular de la Faes, ex asesor de la CGT-Delegación Corrientes, actual asesor de organizaciones sindicales; Héctor O Castillo, ex secretario general de la Asociación Bancaria-Corrientes; Ramón Salazar Peleato, abogado, ex juez en lo Penal; Ramón Aguedo Gómez, abogado laboralista, ex director del Departamento Provincial de Trabajo, ex director de El Diario de Corrientes y ex director del Iosap; Daniel A Bordón, abogado, docente universitario (Unne); Juan M Roldán, abogado; Germán Wiens, ex funcionario del Poder Judicial de la Nación.




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