- Nani, Giovanni (Author)
- 186 Pages - 10/03/2017 (Publication Date) - Createspace Independent Publishing Platform (Publisher)
Los festejos, con bocinazos y cánticos, por la victoria de Estudiantes sobre River por 3 a 1, que ponía por tercera vez consecutiva al equipo de La Plata en la final de la Copa Libertadores de América, hacía rato que se habían acallado cuando, a las 3.25 de la madrugada del sábado 16 de mayo de 1970, los vecinos del centro platense despertaron sobresaltados por una fuerte explosión.
Los policías que patrullaban los alrededores de la Casa de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires sintieron cómo se sacudía el Torino de la Bonaerense por unas vibraciones fortísimas y se dieron cuenta de que la cosa –lo que fuere– había sido cerca, muy cerca.
Luego de unos segundos de vacilación se dirigieron, no sin cautela, en dirección hacia la zona de dónde creyeron que provenía el ruido y sólo tuvieron que hacer dos cuadras para encontrar el desastre: el frente de la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en 4 entre 51 y 53, parecía haber sufrido un bombardeo.
La cortina metálica de la puerta de acceso al salón de actos estaba destruida y, al mirar hacia adentro, vieron que las butacas habían sido arrancadas de cuajo y se habían convertido en una montaña informe al fondo del salón.
Las lámparas del alumbrado de la calle habían estallado y toda la cuadra estaba a oscuras. Sin embargo, la calle 4 empezó a iluminarse por las luces que los vecinos, alarmados, iban encendiendo al interior de sus casas.
El panorama era desolador: la onda expansiva había roto casi todos los vidrios de las ventanas de los alrededores en un radio de unos 200 metros del edificio de la mutual. La fachada de la sede del Club Gimnasia y Esgrima La Plata -en la vereda de enfrente de la AMIA- presentaba graves daños, igual que el edificio de la Escuela Técnica del Ministerio de Bienestar Social, en la esquina de 4 y 51.
“Basta elevar la mirada a medida que se avanza por la calle 4, de 51 a 53, para estimar realmente la violencia del estallido al margen de los destrozos que ocasionó en donde fue colocado. Efectivamente, se puede decir que ni un vidrio sano quedó en las inmediaciones”, describió al día siguiente un cronista del diario platense El Día.
La noticia del atentado ocupó gran parte de la portada del matutino local, llamativamente junto a la de otra explosión que había desatado una ola de protestas a nivel internacional: la prueba de una bomba de hidrógeno francesa en un ignoto atolón del Pacífico Sur llamado Muroroa, a 800 kilómetros de Tahití.
Sin víctimas fatales
Pese a la violencia de la explosión no hubo víctimas de gravedad, apenas algunos vecinos de casas cercanas con cortes producidos por el estallido de vidrios. La hora del atentado en una madrugada fría resultó determinante, ya que no había nadie en la calle en ese momento.
De haber ocurrido tres horas antes las víctimas se habrían contado por decenas. La noche del viernes las calles de La Plata habían estado de fiesta hasta tarde por la victoria de Estudiantes y un numeroso grupo de hinchas albirrojos había cumplido con el ritual de marchar frente a la sede de Gimnasia -en la misma cuadra del atentado- para “gastar” a su clásico rival.
Las actividades en la propia sede de la AMIA habían terminado tarde, cerca de la una de la mañana, cuando se habían ido los últimos jóvenes que participaron de una reunión cultural.
Pero el edificio no estaba vacío y en un primer momento se temió por la vida de las cinco personas que habitualmente pasaban la noche allí: los 4 caseros y el bufetero de la institución. Este último no estaba, porque había aprovechado el fin de semana para visitar a familiares en Mar del Plata, pero cuando se produjo la explosión los caseros dormían en sus habitaciones del segundo piso.
“Según la versión de uno de ellos, a la hora apuntada, entregado ya al descanso, sintió una tremenda explosión, al tiempo que se le desplomaba encima una ventana arrancada por la onda expansiva. De inmediato comprobó que las otras personas que se hallaban en el edificio no habían sufrido lesiones de consideración, salvo algunos raspones propios de los numerosos vidrios rotos, y salió a la calle, al tiempo que llegaban los policías y algunos bomberos, cuyo cuartel se halla a 100 metros del lugar”, escribió el cronista de El Día.
Bomba de gelinita
La investigación del atentado quedó en manos del juez en lo Penal de La Plata Néstor Cáceres, que ordenó que se peritaran los explosivos utilizados, la única pista concreta que podía seguir, ya que nadie se había adjudicado la acción. “En las actuaciones que se labran para intimidación pública y daño intencional no se ha arribado hasta el presente a conclusiones ciertas en cuanto a la autoría del grave atentado, en cuya pesquisa trabajan distintas comisiones”, decía El Día del 19 de mayo, citando a fuentes judiciales.
En otras palabras, a tres días del atentado no se sabía nada.
En cambio, ya se había identificado el explosivo habían utilizado los autores: una bomba plástica, de gelinita, accionada por una mecha. Pero si bien los peritos habían podido identificar el material, eran incapaces de determinar su procedencia “en virtud de que la explosión hizo añicos la bomba y no dejó casi rastros a considerar”.
Casi dos semanas más tarde, la investigación seguía estancada: nadie se había adjudicado el atentado y los caminos para identificar la procedencia de la gelinita se habían cerrado uno detrás del otro.
Entonces hubo otra explosión.
El Día del Ejército
El 29 de mayo de 1970, los festejos del Día del Ejército quedaron irremediablemente opacados para el dictador Juan Carlos Onganía, que desde un año antes venía recibiendo fuertes presiones de sus propios colegas para que modificara el rumbo de su gobierno.
Esa mañana, un comando de una organización hasta entonces desconocida, Montoneros, secuestró de su casa al general retirado Pedro Eugenio Aramburu, acusándolo de los fusilamientos de 18 militares y 15 civiles de la Resistencia Peronista en junio de 1956.
La enorme repercusión del secuestro -Aramburu sería ejecutado el 1° de junio en una estancia del interior de la provincia de Buenos Aires- hizo pasar casi inadvertido otro hecho ocurrido la madrugada de ese mismo día: el atentado con explosivos contra el Centro de Estudiantes de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de La Plata.
Se trató de una explosión de mucho menor alcance, pero con una bomba del mismo material que había sido utilizado 13 días antes para atentar contra la AMIA.
Los propios autores del atentado conectaron también los dos hechos. En un comunicado se adjudicaron el ataque contra el Centro de Estudiantes y también el atentado contra la AMIA platense. Se identificaron como integrantes de la Organización Nacional Armada Secreta (ONAS).
Bajo la inspiración de la OAS
Hasta entonces nunca se había escuchado hablar de la ONAS, pero los blancos de los atentados y el propio nombre de la organización dejó en claro que se trataba de un grupo de ultraderecha.
La denominación Organización Nacional Armada Secreta evocaba inevitablemente a otra organización terrorista de ultraderecha, la Organisation de l’Armée Secrète (OAS), dirigida por el general Raoul Salan, nacida en 1961 tras el intento de golpe de Estado contra el presidente francés Charles De Gaulle llevado a cabo por Maurice Challe, André Zeller y Edmond Jouhaud.
La OAS cuestionaba fuertemente la política a favor de la autodeterminación de Argelia -por entonces colonia francesa- tomada por De Gaulle, e inició una fuerte campaña de terror contra el gobierno e instituciones francesas y argelinas. Estaba integrada por militares y civiles.
La investigación judicial hizo también esa asociación a partir del nombre y empezó a orientar la pesquisa hacia un grupo parapolicial o paramilitar. En la Argentina de principios de los 70 había varias organizaciones de ese tipo. En su tesis doctoral, el historiador Ariel Eidelman identifica a algunas de ellas: Alpha 66, Acción Nacionalista Argentina (ANA) y Comando Policial de la Muerte, además de la ONAS.
Hoy casi no se las recuerda, quizás opacadas por el accionar de otros grupos del terrorismo paraestatal que surgieron poco después y que marcarían a sangre y fuego la historia de la violencia política de la Argentina de los ’70, como la Concentración Nacional Universitaria (CNU) o la Alianza Anticomunista Argentina (AAA o Triple A).
Sin embargo, no fue la Justicia sino el propio Ejército quien terminaría identificando a los autores de los dos atentados. Se trataba de 5 oficiales, 2 suboficiales y 4 soldados conscriptos del Regimiento 7 de Infantería de La Plata.
Un sumario revelador
El Ejército los descubrió casi por casualidad, en una investigación interna que no tenía aparentemente relación alguna con los atentados, realizada en agosto de ese mismo año.
El hecho fue reconstruido por el historiador Juan Luis Besoky en su trabajo inédito Trayectorias represivas de un grupo parapolicial, que puso a disposición de los autores de esta nota.
Lo relata así: “La investigación del sumario había comenzado por un motivo trivial: en el hall de entrada de una compañía del Regimiento 7 había aparecido un cuadro de Rosas. El instructor pudo averiguar que ese retrato llevaba allí entre uno y dos meses y que su propietario era el teniente Julio Jorge Ianantuoni, quien lejos de ocultarlo proclamaba que Rosas debía ‘ser honrado por todo argentino’. Ianantuoni y el teniente Rodolfo Osvaldo Antinori fueron entonces llamados a declarar y reconocieron no sólo haber colocado el cuadro, sino que el día 16 de marzo, en el aniversario de la muerte de Rosas, concurrieron a varias iglesias de la ciudad de La Plata, con uniforme de combate, para pedir que se hiciera una misa recordatoria. Finalmente, la ceremonia religiosa se llevó a cabo en una capilla de la calle 57 entre 1 y 2, donde fueron invitados el jefe de la compañía capitán Jorge Becerra y otros oficiales”.
Once militares
Con esos datos en la mano, el instructor militar llamó a declarar al capitán Becerra, para interrogarlo sobre la conducta del teniente Ianantuoni y establecer si, a su criterio, había indicios de que ese oficial actuaba en sentido contrario a “la orientación dada por las órdenes de la superioridad”.
La respuesta del capitán dejó atónitos a los sumariantes castrenses. “(Becerra) dice que sí, y pasa a detallar que sabe que colocó -en compañía de otros oficiales- una bomba en la asociación judía AMIA de la calle 4 entre 51 y 53 y otra en la Facultad de Ingeniería”, relata el historiador Besoky.
El capitán Becerra no se quedó ahí, sino que también dio los nombres del resto de los integrantes del grupo: el teniente Rodolfo Antinori -a quien, dice, vio preparando en su habitación una bomba con trotyl-, a los subtenientes Edward Roosevelt Schmoll y Daniel Alejandro Polano, a los cabos Fernando Alberto Otero y Juan Antonio Cejas, y a los soldados conscriptos Norberto Omar Boyer, Alberto Belisario Arana, Juan Carlos Ortiz y Julio Antonio Gatti.
“Eliminar judíos, masones y comunistas”
El capitán no sólo señaló a los responsables del atentado sino que también terminó incriminado por facilitar la acción terrorista de sus subordinados.
“Antes de salir, el jefe de la compañía, capitán Becerra, aleja con un pretexto al patrullero que rondaba el Regimiento, para que los comandos pudieran salir en pie de combate sin ser vistos. Ianantuoni atraca la carga entre la puerta y la pared de la AMIA. Schmoll dice que así volará todo el edificio y la casa de al lado, donde duermen ‘inocentes’. Ianantuoni no le hace caso, enciende la mecha y sube al auto, mientras junto al subteniente Polano sacan el atraque a la carga y corren. Pero al subir al auto para volver al cuartel, a Schmoll se le cae la pistola y deben buscarla maldiciendo en la oscuridad. En cuanto la encuentran y arrancan, se produce la explosión. Los cabos y los soldados, que hacen de campana, la escuchan desde un par de cuadras”, reconstruye Besoky a partir de las declaraciones del sumario.
En su declaración, el cabo Otero deja en claro el objetivo de los dos atentados: “Eliminar los enemigos de la patria, que considera son: los judíos, los masones y los comunistas”, se lee en el sumario.
Condenados y luego perdonados
Los 11 implicados en los atentados fueron sometidos a un Consejo de Guerra, que dio a conocer su fallo el 21 de diciembre de 1971.
El capitán Becerra fue condenado a 4 años de prisión y destitución; los tenientes Inanantuoni y Antinori, a 3 años y medio y destitución; Polano, a 2 años y medio de prisión y destitución; Schmoll, a un año y 7 meses de prisión; el suboficial Otero, a 2 años y un mes de prisión y destitución; el suboficial Cejas a 4 meses de prisión, por encubrimiento; los soldados recibieron penas de entre 2 años y 3 meses.
Al recibir las condenas, todos los integrantes del grupo anunciaron que apelarían, pero un día más tarde cambiaron de opinión, después de llegar a un acuerdo secreto. A los pocos días, el comandante en jefe del Ejército, Alejandro Agustín Lanusse, les conmutó las penas e indultó las destituciones.
Todos fueron reincorporados y siguieron en actividad.
De vuelta a las andadas
Con el correr de los años, varios de los responsables del atentado contra la AMIA platense volverían a las andadas, siempre ligados al accionar de bandas parapoliciales, primero, y después integrados a los grupos de tareas de la dictadura.
Las “carreras” más notorias fueron las de los tenientes Osvaldo “El Indio” Antinori y Julio Jorge Ianantuoni, que se integraron a la Triple A y, luego del 24 de marzo de 1976, a la represión ilegal del Estado terrorista conducido por la Junta Militar.
El soldado Belisario Arana se vinculó con José López Rega, que lo llevó con él a Libia como parte de su personal de seguridad, y después fue jefe de la custodia de Herminio Iglesias.
El cabo Fernando Alberto Otero se sumó en 1975 a la banda parapolicial de ultraderecha Concentración Nacional Universitaria (CNU) en Mar del Plata y consiguió que su jefe, el abogado Gustavo Demarchi – hoy condenado a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad– lo nombrara como “personal de seguridad” de la Universidad de esa ciudad. Otero fue condenado a 15 años de prisión por el asesinato del diputado provincial sanjuanino Pablo Rojas, cometido el 3 de noviembre de 1975 en esa provincia por un comando de la CNU que viajó especialmente para matarlo.
En noviembre de 2016 fue nuevamente condenado por otros 5 crímenes cometidos por la CNU marplatense.
Casi 25 años después
El 18 de julio de 1994, la AMIA volvió a sufrir un atentado con explosivos, esta vez en su sede central, en Pasteur 633 de la Capital Federal. Fue el mayor atentado terrorista ocurrido en la Argentina, con un saldo de 85 personas muertas y 300 heridas.
Cuando ocurrió, fueron pocos los que recordaron aquel primer atentado contra la sede de la Asociación en La Plata, perpetrado casi 25 años antes.
Con el correr del tiempo, el edificio reconstruido de la AMIA platense tuvo otros destinos. Primero fue sede de la Cámara Federal en lo penal y allí se desarrollaron los más importantes juicios por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura, como los de “La Cacha” y “El Circuito Camps”.
En el antiguo salón de actos, ya reconstruido y remodelado, Jorge Julio López dio su testimonio ante el Tribunal, que fue decisivo para la condena del ex comisario Miguel Etchecolatz y otros represores.
Desde 2017, funciona allí un teatro.
En el lugar no hay ninguna placa que recuerde los hechos del 16 de mayo de 1970.
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